miércoles, 4 de junio de 2008

La Popular


La esquina donde solía estar La Popular


La cuchara que servía para despachar el azúcar






Los helechos de Anita






La Popular era una tienda cercana al ingenio azucarero que surtía a los trabajadores. Ubicada en la esquina de Tamaulipas y Tercera –ahora Juárez y Guerrero – la tienda era en realidad un cuarto abarrotado con cajones de madera, lleno con granos; estantes con pan fresco, café, azúcar y latería.
Sus dueños, Rigoberto López Zavala y Anita Quintero Figueroa la atendían con disciplina y gusto. Además, ésta formaba parte de un complejo habitacional de ladrillo rojo y techos sostenidos con vigas de madera que ocupaban casi la mitad de la manzana.
La renta de estas casas, que la pareja construyó con el dinero de la tienda, sostuvo las finazas familiares cuando La Popular cerró sus puertas.
La tienda fue una extensión de la casa donde Rigoberto, Anita y sus seis hijos vivían. A través de una puerta se llegaba a la sala. Allí, estaban las mecedoras y los sillones, junto un corredor donde Agripina solía bailar mientras trapeaba al ritmo de la música de un radio de plástico. Cuenta que una vez el trapeador se enroscó en el cable y que sin darse cuenta, en el fragor de la limpieza, hizo estrellar el aparato contra el piso.
Agripina regresó al pasado. Sus ojos se fijaron en el piso del corredor y lo vio reluciente, cubierto de un cemento liso que tendía a ser verde o azul, no pudo precisar. Desde entonces han transcurrido más de sesenta años y ella ha ido y ha regresado, cosa que todos hacemos en esta vida en la que hay que trastabillar.
Ahora, entre el lento caminar y las faenas de limpieza, Agripina se encuentra en el mismo lugar, a unos cuantos metros de lo que solía ser un bien airado corredor de cemento gris. Percibe los olores de un patio sembrado con naranjitas, donde también están los higos y las rojas granadas, codeándose con los ciruelos.
El influjo de este jardín, hostería de helechos y piñanonas, nido de crotos y mosquetas traspasaba la tela de mosquitero dándole a la casa un ambiente acogedor de frondas y frutos.
El imperio de ladrillo rojo del abuelito Rigoberto ha desaparecido, arruinado por el tiempo y las demoliciones. La casa de los López, su jardín, su miriñaque, sus techos altos de vigas de madera forman parte de un sueño de majas y carros de manivela.
Lo único que sobrevive gracias a las urgentes intervenciones de remodelación es la esquina, muchas veces resanada y embarnecida, de La Popular.

1 comentario:

La Valentina dijo...

Estas convertida en una cronista. Siempre es atrayente la historia que nos antecede; a veces entendemos mejor nuestro presente.

Te mando un saludo.
Adelante!