
Creo firmemente que la humanidad es vulnerable al síndrome de Caín y Abel: los dos hermanos que se odiaron hasta que uno asesinó al otro.
En esta familia nadie ha muerto asesinado, pero los desprecios flotan en el ambiente de una forma sorpresiva y constante.
Agripina sufre las petulancias del único hermano que le queda vivo, Manuel. Por qué? No lo sé. Los dos son viejos. Ella, una mujer de 78 años que camina apoyada en un bastón; él -dos años menor que ella- es un cura que ha entrado a la ancianidad martirizado por dos inservibles riñones.
En esta familia nadie ha muerto asesinado, pero los desprecios flotan en el ambiente de una forma sorpresiva y constante.
Agripina sufre las petulancias del único hermano que le queda vivo, Manuel. Por qué? No lo sé. Los dos son viejos. Ella, una mujer de 78 años que camina apoyada en un bastón; él -dos años menor que ella- es un cura que ha entrado a la ancianidad martirizado por dos inservibles riñones.
Posiblemente cuando eran chicos Agripina se ensañaba con él dándole tremendas papalinas en la cabeza. O digamos que este encono se debe simplemente al síndrome de Caín y Abel.
Entre las hermanas las cosas son por el estilo. Mi hermana Carmen siempre me ha despreciado.
Entre las hermanas las cosas son por el estilo. Mi hermana Carmen siempre me ha despreciado.
Y ahora que su empresa va en quiebra, ha culpado a su otra hermana, quien ha sido su socia desde siempre. Yo he quedado relegada en la oferta de los desprecios; ahora son ellas, las dos hermanas, quienes sostienen una guerra fría culpándose mutuamente.
Yo he llorado mucho por la falta de amor en esta familia. Pero no he podido hacer nada para remediarlo. Digamos que no odio a nadie, pero tampoco prodigo ni gozo de los afectos que podría esperarse de una familia unida, salvo con Agripina, mi madre, quien ha sido para mí un ejemplo de cómo ejercer el perdón.
Entonces así, en un ambiente de desprecios, me he quedado solamente milando… escliviendo… con la conclusión de que la humanidad sufre el ancestral síndrome de Caín y Abel.
Yo he llorado mucho por la falta de amor en esta familia. Pero no he podido hacer nada para remediarlo. Digamos que no odio a nadie, pero tampoco prodigo ni gozo de los afectos que podría esperarse de una familia unida, salvo con Agripina, mi madre, quien ha sido para mí un ejemplo de cómo ejercer el perdón.
Entonces así, en un ambiente de desprecios, me he quedado solamente milando… escliviendo… con la conclusión de que la humanidad sufre el ancestral síndrome de Caín y Abel.
1 comentario:
Ave Avelina
Ánimo que l@s herman@s peleen y tú no, mejor. Hasta hace poco yo estaba así, pero ahora ya me ha tocado... jajaja.
Las historias familiares son casi todas iguales.
Abrazos
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