viernes, 31 de octubre de 2008

La llamada








En septiembre del año pasado creí con firmeza que comenzaba mi carrera literaria en uno de los mejores lugares: en la colonia Santa María la Rivera, sólo a 15 minutos de las bien nutridas bibliotecas especializadas en literatura del centro de la Ciudad de México.

Incluso en esos días que paseaba por las calles del barrio solía entrar en trance mientras caminaba por las banquetas viendo el moho de las paredes de las iglesias. Pensaba entonces en cómo sería la historia del joven ladrón que ha salido de la cárcel y se encuentra de pronto en medio de una violenta riña de callejón que termina en un arresto general y lo regresa a vivir tras las rejas.

También estuve pensando en hacer un libro con las entrevistas a algunas mujeres sobresalientes de México. Tenía en mira a Elena Poniatowska, Rosario Ibarra de Piedra y a Jesusa Rodríguez (quizás a Beatriz Paredes?). Pensar hacer algo como el libro de Poniatowska, Las siete cabritas. Ya estaba cerca… muy cerca… Pero no.

En una de esas conversaciones que sostuve con Agripina en las casetas callejeras, ella me dijo: “Necesito que vengas porque ya les voy a dar a cada una su pedazo”, refiriéndose a un lote comercial, que albergó por años el taller que mi padre dejó como sostén familiar.

No sé si ya lo había planeado todo. Desde el momento que entré a esta casa quedé atrapada. No he podido salir siquiera a ver el agua lodosa de las bahías de Topolobampo. Tampoco he podido escribir gran cosa. Nunca lo he hecho… sólo esta bitácora que más bien es una cueva de ecos que me responde con mi propia voz.

Aún así es bueno estar aquí. Así me aparto un poco de Pito Pérez, y la vida inútil que me ha acompañado por algún tiempo.
Después de estar más de 15 años fuera de casa, Agripina, premeditadamente o no, le ha dado un sentido a lo que es vivir en familia. Mencionar la palabra mamá, a mi edad, me parece un lujo que no todo mundo tiene. Lo demás sale sobrando.

averojas@gmail.com

1 comentario:

Coro dijo...

Sí, Martha... es un lujo hablar con mamá.
Me conmovió este relato. Cuídala, quiérela y dícelo... (supongo que ya lo haces).

Abrazos