sábado, 30 de mayo de 2009

Tiovivo

El dia ha terminado, sin embargo llega la noche y entre el día y la noche los pájaros cantan acomodándose en sus nidos. Desde la cocina escucho el revoloteo estrenduoso de entre las ramas de los árboles. En la casa, sólo mi madre y yo.
Me serví un par de entomatadas de las que habían quedado de mediodía en el refractario, mientras mi madre doblaba la ropa que había estado todo el dia secándose al sol, tal como lo hacía mi abuelita hace cuarenta años, cuando doblaba pieza por pieza y después las metía en un cajón del clóset. Mi madre -incluso- camina casi igual: con pasos cortos, la cara descompuesta debido a un estirón en los ligamentos o un nudo en las coyunturas, y en el trayecto de su boca salen dos o tres hilos de voz hechos quejumbre.
En ese mismo momento -como en un viaje al pasado- vi a la abuelita cenando las entomatadas que tanto le gustaban a la tía Nony. La abuela y la tía Nony; la abuela y el tío Manuel; yo y mi madre, en el mismo lugar, comiendo en la misma mesa, el mismo platillo. Mi madre doblando la ropa; yo, viendo a mi abuela caminar como una menuda muñequita de 70 años.
Yo y mi madre, en la misma casa. Ella de 77; yo visualizando a la abuela en un recuerdo de hace 40 años, sorprendiéndome al ver cómo la vida me había traído hasta aquí a respirar el mismo momento.

1 comentario:

Coro dijo...

Martha, querida

Estas crónicas son una delicia, literatura, la vida misma... ahí veo a la familia, comiendo entomatadas...