sábado, 31 de mayo de 2008

En la calle Juárez


Sábado 31 de mayo, 08.- La calle donde en estos momentos vivo se llama Benito Juárez, un nombre histórico que se ha usado, desde la muerte de este mitológico héroe indígena, ex presidente de México, para bautizar escuelas, hospitales, poblados, instituciones y calles.
Junto a este nombre está el de Josefa Ortiz de Domínguez, una mujer de una generación anterior a la de Juárez, que luchó por el derecho de los criollos y los indígenas mexicanos ante la corona española. La escuela frente a la casa lleva su nombre.
La idea de vivir en un espacio de quienes fueron fundadores de esta ciudad -mis abuelos- le propina al trinchador y las copas; a los floreros y los ventanales un toque especial. A veces, caminando por la sala me parece estar en uno de los suntuosos museos nacionales que tienen los países para el asombro de los turistas.
Y es que me he sentido como visitante desde que llegué a esta casa, pensando en que cualquier momento me puedo ir, que este lugar es tan ajeno a mí como cuando una va a pasear a algún lugar de la montaña, o asiste a las terrazas del Templo Mayor en la Ciudad de México.
Una podría considerar éste un lugar de descanso, de asueto, de no ser por los tremendos agobios que provocan los gritos en los recreos escolares, los bocinazos a las dos de la tarde de los padres recogiendo a los hijos, y el constante tráfico en la calle, una calle como muchas otras en todo el país, que ha quedado en el Centro.
En las tardes, cuando han parado las clases y parece que todo está en calma, las prácticas de piano de María Ordóñez acompañan los diáfanos movimientos de pétalos en los jardines y las reverberaciones de las alas de los pájaros entre los árboles.
El piano siempre me ha remontado a los campos italianos, a las casas vetustas de piedra húmeda cuyos jardines abordan los muros y dejan caer sus lánguidas hojas para acaricar la cabeza de quien cruza una puerta. Es una humedad de hongos, de enredadera, de légamo y moho; una mezcla verde y gris que se esparce caprichosamente entre las comisuras y juega con sus formas con delicadeza.
Después de las seis de la tarde se escucharán los gritos electrizantes del joven retardado mental que vive junto a la casa de María Ordóñez y la calle recobrará un vigor de otoño, de esos que la existencia tiene antes de morir, ya que para las ocho la oscuridad de la noche habrá matado cualquier fulgor del día.
Así es ésto de vivir en la calle Juárez, en la casa de los abuelos.

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