sábado, 2 de agosto de 2008

LA BENDICION DEL TIO




Martha Agripina, mi madre














La tía Ana junto a su hija Laura











El tío Manuel cuando joven







Todavía el susto persiste. Agripina tuvo una crisis de ausencia durante 10 minutos que me parecieron escalofriantes el jueves por la noche.
Apagué la lámpara y apena aflojé el cuerpo para dormir escuché un par de manotazos y supuse que algún mosquito lanzaba sus primeras embestidas en una noche de imparables ataques. Prendí la lámpara y le pregunté a Agripina, Te picaron los moscos. Ella me miró fijamente sin responder. Sólo me miraba, con los ojos extraviados en no sé dónde. Entonces me acerqué a ella y la toqué preguntándole si estaba bien. Qué susto. Estaba ida.
Agripina regresó lentamente y fue reconociéndonos uno a uno cuando Carmen y su familia ya estaban en la habitación, igual que los camilleros de la Cruz Roja, todos observándola alrededor de la cama.
Una visita al hospital Agraz y de nuevo a la habitación. Fue una noche en vela para mí, hasta que el sueño me venció en la madrugada.
El viernes (ayer) encontré a la tía Ana en la casa del tío Manuel y tuve la suerte de sentarme con los dos a platicar un poco. La tía me advirtió: "estoy con tu tío", haciéndome entender que estaba interrumpiendo la conversación, y fue cierto: entré sin anunciarme. Me disculpé de inmediato y me levanté de la silla para retirarme, pero la tía me instó a quedarme. Ahora pienso que de haber planeado esta visita jamás la hubiera hecho, que la desesperación no se agenda y que no hay predemitación en la búsqueda de consuelo.
Fue una visita espontánea, que sirvió para desahogarme un poco y para descubrir una nueva identidad en el tío Manuel. Frente a mí estaba un hombre abatido por la edad: él como Agripina, ayudadándose con un bastón, analizando una receta para combatir un mal de riñones y una fractura de cadera que lo ha mantenido arrastrando los pies.
Viejo y enfermo, como ha estado, el tío padre continúa leyendo los evangelios en su iglesia, y sueña con los viajes que lo llevarán, dice, a las islas del Caribe, el lugar donde yo he pasado los últimos veinte años de mi vida, donde he vivido más carencias que placeres. Me sentí incapaz de compartir su entusiasmo.
También me pregunté si el tío no mencionaba sus viajes de la misma manera que Agripina menciona los suyos, viajes irrealizables, que están sólo en el pensamiento, que se mantienen en la mente en forma de ilusión, de escape, una fantasía necesaria para alumbrar esos días grises y pesados.
Este día, en que lloré por mi madre, también lloré por el tío, por esa generación que va en picada, piloteando un avión al que se le acaba el combustible en pleno vuelo.
Vi al tío viejo, vulnerable. Un sentimiento inédito de compasión me arropó por unos momentos, especialmente cuando vi en sus ojos un poco el desamparo, un poco al hombre que luchaba contra algo que lo acababa lentamente todos los días. Así que cuando lo abracé, por primera vez, de verdad sentí amarlo. Y por primera vez también, yo la siempre rebelde, oveja descarriada, aguda crítica del catolicismo, recibí la bendición frente a él.
Bueno, así sea.


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