sábado, 20 de diciembre de 2008

Desde el páramo

Cuento otro día en el páramo, un desierto donde los movimientos del sol y el juego de sombras alegran un poco las rutinas. Me mantengo en el mismo lugar escuchando el segundero de una maquinaria incansable, dándole -según me doy cuenta-validez al tiempo.
Hay algo que me asalta cuando pienso con detenimiento: es la idea de que la inmovilidad pone a las personas en un estado de gracia en el que se deja, de una manera casi inconsciente, que el tiempo tome el control de todas las cosas, como si fuesen los minutos y sus días los que rigieran nuestras vidas; como si no fuéramos las personas y nuestras acciones, a través del tiempo, los responsables directos de nuestros destinos.
Esa es la diferencia entre los que hacen y se dejan hacer; entre quienes son libres y quienes viven atribulados en las marañas de los deberes.

1 comentario:

Coro dijo...

Martha:

El tiempo, el implacable.

Buenas reflexiones, buen texto... desde el páramo.

Hay que aprovechar el tiempo mientras lo tengamos.

Besos.