martes, 9 de junio de 2009

La maldición

Tengo mis razones para creer que la familia a la que pertenezco está maldita y que esa maldición tiene un poder genético de transmutar -como un virus- de una generación a otra.
Nunca vimos a nuestros padres como un matrimonio amoroso; por el contrario: los pleitos se habían convertido en violencia doméstica tan sólo unos días antes de que mi padre muriera en un accidente vial por la ciudad.
Después mi hermano -el único- se enfermó y continuó enfermo por años hasta que completó una edad madura, suficiente para tomar sus propias decisiones, y en un día se sujetó a una soga y se ahorcó.
Mis dos hermanas se unieron y trabajaron para "tener una vida digna", como luego dicen, queriendo decir: carro, casa cómoda, servidumbre y colegios de paga.
Yo preferí irme y hacer una vida aparte.
Así las cosas, mis hermanas con sus familias y yo lejos, mi madre se fue a vivir a la casa de la tía soltera quien se encontraba sola después de que su madre -mi abuela- se había muerto.
Después de casi 30 años regresé a ver a mi madre, y lo hice porque la tía -con quien mi madre vivía-se estaba muriendo.
Creo que en ese momento comenzó todo. La maquinaria oxidada de la madición comenzó a mover sus aspas y yo -sin imaginarlo siquiera- y floté en las aguas traicioneras de las rencillas familiares. La maldición -lenta pero tenazmente- empezó a operar.

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