lunes, 8 de junio de 2009

Esta mañana

La luz del día se difumina en los pliegues de la persiana. En el proceso de despertar la realidad toca las puertas de la conciencia, pero hay que esperar a que esos dos segundos pasen para enviarle la orden al cuerpo de levantarse. Es en ese momento cuando se califica qué tanto se ha envejecido, porque en ese mismo instante la patada al aire para el impulso jala un nervio tenso y eso manda a la boca un aullido de dolor.
Mi despertar fue bueno, pero el de Agripina fue tremendo, pues no se pudo levantar y cuando logró hacerlo la nariz se le convirtió en una llave abierta por donde manaba sangre.
Yo hubiera dejado a Agripina desangrarse si no hubiera sido por mi hermana Carmen.
Estando yo al borde de la locura por los constantes quejidos de mi madre he decidido taparme los oidos con tapones invisibles y tiendo ahora a contestar con un ajá o simplemente mover la cabeza para asentir. Pero esta mañana no.
El momento que me hizo prestarle atención a mi madre fue cuando mi hermana la vio tendida y, después de escuchar sus quejidos, le dijo: "pues levántate y ve con el doctor".
En ese momento reaccioné y me convertí en el sostén de mi madre. Yo no sé qué hubiera sentido si mi hija -la consentida- me hubiera contestado de esa manera en un momento de apuro.
Le puse a Agripina una compresa de agua fria en la cabeza, le limpié la cara con una toallita higiénica y le mandé traer su pomada Camillosan para protegerle las paredes de la nariz.
Sé que con todos estos minúsculos cuidados mi madre se siente bien; pero la que se siente mejor soy yo, porque después de haberme considerada ignorada como hija he llegado a construir una coraza contra el odio y el resentimiento.
En mi corazón sólo quiero tener paz y en mi vida, la harmonía y la compasión.
Es bueno escribir ésto, asi que podré regresar a estas letras y recordármelo cuantas veces sea necesario.

1 comentario:

Coro dijo...

Me admira tu sinceridad...