viernes, 24 de julio de 2009

Sin ganas de vivir

Uno de los oftamólogos más reconocidos en esta ciudad, Arturo Vilchez liberó a Agripina de sus cataratas. Durante un año estuve ahorrando para esta cirugía y los siete mil pesos que me dio Cleopatra fueron decisivos para que se llevara a cabo. Aún después de este tratamiento, Agripina continúa con los ánimos caídos y no hay día que pase sin que suspire con dolor y diga: "ay, señor", en un tono que ha estado calándome en la médula. La visión de una madre acabada y consumiéndose en los dolores de una agonía cotidiana me ha estado lastimando.
La tía Ana cree que los males de Agripina provienen de haber tenido a unas hijas de mala índole.
La última vez que hablé con ella fue en la habitación del hospital, junto a la yaciente tía Lupita. "Cómo está tu mamá" -preguntó- "Quejándose -dije- queriéndose morir todos los días".
"Claro -repuso- con las hijas que tiene..."
No culpo a Agripina de querer morirse, ya que es un deseo que hemos tenido todos en momentos críticos de nuestras vidas. Además, habrá que compadecer a Agripina no solamente por tener estas hijas; también por haber nacido junto unos hermanos que han demostrado que la desprecian. El tío Manuel, un sacerdote que toda su vida de juventud estuvo al servicio de los ricos de la ciudad, ha tratado a Agripina como poca cosa. De lo último que recuerdo fue a Agripina sostenida por su bastón derrtiéndose bajo un sol de mediodía llamando a la puerta de la casa de su hermano, una puerta hermética, asegurada con timbres e Interfón, que nunca se abrió.
Ana por su parte, se alió con Manuel y juntos tomaron la decisión de echar fuera de esta casa a Agripina, quien estuvo compartiendo rutinas y enfermedades con su hermana Nony, la dueña.
Manuel y Ana actuaron cuando vieron que mi hermana Carmen se estaba preparando con la energía de un tornado mayor a fin de adjudicarse el total de las propiedades de la tía difunta. Tan pronto el duelo por la muerte de la tía fue considerado suficiente -en el 2006- Carmen comenzó a clamar derechos. Lo hizo de una forma arrebatadora y prepotente. Ese ha sido -a mi parecer- su error, además del de querer quedarse con todo.
Cuando la tía Ana quiso negociar, entonces Agripina -su hermana- se quedó en silencio. El encuentro terminó con una discusión alterada poniendo fin a las reuniones de baraja y tequila en esta casa.
Los tres hermanos López, que sobreviven a la camada de siete hijos de la abuelita, han sido incapaces de ponerse de acuerdo para repartirse lo que ha quedado de las posesiones de los abuelos, y los pleitos que nunca tuvieron cuando fueron jóvenes los han tenido ahora que están viejos y enfermos.

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