lunes, 31 de agosto de 2009

Sara y Mazatlán

Tuve la intención de escribir este texto ayer en la mañana después de haber nadado en la piscina del hotel D´gala, pero no tuve tiempo. Simplemente me dejé llevar por los eventos espontáneos que se dieron después de las conferencias.
Me fui a Mazatlán con la idea de asisitr a un taller organizado por la Universidad de Durango -por lo menos entendí eso en la manera que estaba escrita la invitación- y atraída por el nombre de una de mis speriodistas, quizás la única de aquel entonces período de Bucarelli y Reforma, Sara Lovera.
Tengo que admitir, sin embargo que en estos días podría haber ido a cualquier sitio, incluso al pueblo de Indiana Jones, inexistente, con tal de salir de esta ciudad y cambiar de aires.
Fui invitada a tomar un taller sobre la reforma educativa en el país, una reforma que entró en vigor en febrero del año pasado y que los funcionarios de la SEP tratan de impulsar con eficiencia. Los resultados podrán verse en ocho años, dijeron.
Este viaje cayó en unos días en que el estrés me parecía insoportable. Sentía que de un momento a otro podría caer de golpe sobre el piso desamayada o muerta. Pensé que en cualquier momento, en una de esas visitas al médico, la infelicidad se encargaría de los análisis y el galeno, con los papeles en la mano, abandonaría la dureza de su trato y me miraría por un instante con humanidad para luego dejár caer la noticia de sopetón: tiene usted tumores cancerosos, o lo que es peor: los tiene en el cerebro.
Este médico imaginario me ha asaltado como un fantasma escurridizo, capaz de aparecerse en cualquier momento de desesperación y miedo. Hay que ver cómo mi salud se ha ido deteriorando en el transcurso de este año. Entre mis achaques y los de Agripina no he podido salir de este círculo doloroso que me consume y me hace regresar una y otra vez al edificio aparatoso y frío del Imss.
Por eso este fin de semana, si no me sentí feliz, por lo menos sí un poco aliviada. La piscina de ayer en la mañana fue sanadora, un cierre de oro a las sesiones que hicieron un taller en un salón de conferencias.
Antes de llegar a Mazatlán algunas dudas me atravesaron el cerebro. Yo asociaba a Sara a los asuntos de género, violencia, trabajadores. Aunque su vínculo con la educación no fue del todo descabellado porque sé que es de periodistas el preocuparse por temas que afectan a la sociedad. Sí fue novedad, me atrevo a decir, que Sara estuviera presentando un proyecto de gobierno. Incluso entre los asistentes hubo una chica se me acercó al oído y dijo desconcertada, con irritación, Tenía entendido que Sara era de izquierda, cómo es que está ayudando ahora al gobierno? No lo sé, le respondí, déjame averiguarlo y luego te digo.
Había una diligencia apacible en la forma en que las organizadoras del taller se movían. Todas mujeres maduras, con el colmillo de la vivencia y engrosadas por la edad y los placeres a la mesa. Eran unas perfectas goletas de travesías largas y seguras en mares peligrosos e inciertos.
En Sara noté maestría pero también cansancio, tedio. Creo que el único momento que la sentí vibrar fue en uno de los receso en que los talleristas se fueron a comer. Sara estuvo frente a la computadora tecleando una nota sobre una mujer salvajemente golpeada en uno de esos lugares de México donde las cosas se arreglan por las malas.
En suma, la aportación de Sara al esquema frío de cifras y estrategias públicas, pone a la reforma con los pies en la tierra. Ella señala la importancia del contexto, el entender aspectos de mujeres, cultura y sociedad como parte de lo que este país -empecinado batirse en el lodo de la pobreza- tiene que aprender.
La propuesta de Sara Lovera en el marco de un proyecto llamado Primera Plana para la Educación abre el debate sobre un tema soslayado por los medios de comunicación, y tan importante para sacar al país a flote.
Tengo que admitir -muy a mi pesar- que gracias al presupuesto del gobierno tuve un fin de semana salvador. En pláticas con las organizadoras descubrí que el evento no lo organizaba la Universidad de Durango, sino este grupo de mujeres usando el dinero público. 
Agradezco a Sara por saber navegar contracorriente, por ser una zanja de trinchera desde donde muchos periodistas podemos estar atentos a lo que pasa en el campo de batalla. Le doy gracias a la vida, asimismo, unas gracias infinitas por situarme bajo la luz de las antorchas de esa gente que va sembrando brechas en momentos sombríos, entristecidos por la desesperanza.

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