martes, 13 de octubre de 2009

La maldición

Hablar de mi madre es hablar de un cariño extinto, de una mujer dolorosa perseguida por la tragedia durante los 79 años que ha tenido de existencia.
Mi madre tuvo una belleza ingenua cuando estaba joven y durante su vida adulta fue optimista, de carácter abierto.
Las tragedias que recuerdo haber tenido de niña fueron las riñas a muerte que mi madre solía tener con mi padre. Después de que mi padre murió -de una manera trágica- hubo una calma que luego se rompió cuando mi hermano fue declarado maniaco depresivo y tuvo que vivir con ella. Los dos, entonces, mutuamente se cuidaban y establecieron un vínculo que terminó acrecentando la locura de mi hermano hasta que finalmente tomó una soga, escogió un lugar de la casa y se ahorcó.
Creo que a partir de allí a esta familia le ha caído una especie de maldición, pues nadie renunció a sus quehaceres para cuidar propiamente a mi hermano. Mis dos hermanas estaban comenzando sus negocios en el ramo de la belleza, y yo había decidido separarme de esta familia. Recuerdo a Carmen desesperada, iracunda con la situación de mi hermano consiguiendo el dinero para internarlo en algún hospital. Mi madre entonces me llamaba y yo venía para acompañarlo en el viaje y esperar a que le dieran de alta.
Recuerdo que todos pensamos que estábamos haciendo lo correcto, y quizás sí. Pero el abandono que vino después, cuando entendimos que la enfermedad de mi hermano no tenia cura, ese abandono... Dios.
Recuerdo que él me llamaba de larga distancia, desesperado, y que yo desde donde andaba trataba de darle ánimos. Pero era sólo eso, ánimo.
Creo que desde entonces la maldición se aposentó como una nube negra en nuestras cabezas. Mi madre ya no tuvo ganas de vivir y empezó a sentirse enferma de manera permanente, aún después de que los análisis informaran de su excelente salud.
Ella abandonó la casa donde crecimos y donde había vivido con su hijo enfermo. Después de la tragedia de mi hermano permaneció viviendo sola hasta que se mudó a la casa de su hermana Magdalena, quien ya se sentía vieja y enferma.
Así las dos hermanas estaban viviendo hasta que Magdalena verdaderamente enfermó y después de una penosa agonía, que duró un par de años, murió.
Así que mi madre la dolorosa tiene sus razones para sentir dolor y para querer morirse. Porque aparte de todas esas pérdidas (esposo, hijo, -y ahora hermanos-) ha vivido, desde que llegué a este lugar, en un hogar salpicado de desamor, de sospechas, de apegos y violencia.

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