domingo, 20 de febrero de 2011

Agripina y la tregua

A las cuatro de la mañana Agripina despertó con una tonada en la cabeza. Con los ojos todavía cerrados empezó a tararear una canción que había compuesto años antes de casarse. Esa canción nunca se la había conocido, hasta ahora, cuando la serenidad de su vida ha empezado a alegrar su memoria.
Sus momentos felices son mis honorarios, a pesar del cansancio que me producen su sordera y esos desconcertantes desvaríos a los que me somete cuando el oído atrofiado le obliga a advinar los temas de las conversaciones.
Agripina ha llegado a los 80 años y camina ayudándose con un bastón; mastica con una placa desajustada debido a una encía que se ha reducido; el ojo izquierdo cubierto con una catarata se auxilia con el derecho para poder ver sus caminos; y sus huesos, aquejados por una artritis severa, la someten a dolores constantes. Pero hoy se ha levantado feliz y ha recordado una canción de su propia inspiración, un soplo de aliento fresco que no había tenido en todo de lo que yo tengo de vida.
Mencionar sobre la momentánea felicidad de Agripina me resulta grato. El tema me lleva a mencionar que estamos viviendo una temporada de paz, un estero donde las aves blancas entierran sus picos y parlotean felices. Y es que pese a que mis dos hermanas han establecido un feroz juicio legal y cada una por su lado establezca sus propias conjeturas, Agripina y yo, aquí en esta casa hemos establecido una Suiza neutral, una especie de limbo sellado ante las atrocidades familiares.
Este pequeño imperio con mástiles blancos tuvo que erguirse después del verano pasado que fue horroso. Estando yo fuera imaginé con facilidad las angustias que anegaron este hogar y tuve que combatir un sentimiento de urgencia que me presionó el pecho y la respiración.
En cuanto terminé el trabajo en la Riviera Maya conseguí un boleto de avión y regresé a esta casa.
Había estado hablando con Agripina por teléfono casi todos los días. Cuando el celular moría por falta de señal conducía en la camioneta hasta el primer Oxxo y con una asiduidad de hierro estuve al corriente de las noticias.
Cómo lloró Agripina!
Su casa fue con ahínco asaltada por feroces demostraciones de odio.
Ella había desarrollado una destreza para contener la furia de la hija Carmen de quien ya habíamos recibido, cada uno de los miembros de esta familia, una tanda de azotes del orden emocional. Sin embargo Agripina no contaba con el ataque sorpresivo de una de sus nietas.
El verano del 2010 fue dantesco. Por más vuelo que le di a la imaginación, no pude hacerlo. Con mucho esfuerzo pude poner en imágenes lo que Agripina me relataba con una voz empequeñecida por el llano. Mayoi, quien había celebrado sus 15 años apenas unos meses, con muchos abrazos que le dio su abuelita, con un aura rosa sobre una cara rechoncha y chapeteada, había irrumpido en la casa con un encono inédito, había quitado -dijo Agripina- las fotos  de familia que Agripina guardaba sujetas a la pared y las había estrellado contra el piso.
Agripina estuvo en esa salita de pie, atónita paralizada por ese furor que invadió el ámbito. Luego la nieta la miró a los ojos y le dijo: "tú para mí ya estás muerta".
Cuando Agripina narra esta parte final del episodio vuelve a llorar. Yo, con mucha facilidad, entiendo el porque.
Hace apenas dos años, en otro cumpleaños, Agripina me había urgido comprar un pastel con todas sus velitas para la niña. En otro cumpleaño el pastel de Mayoi fueron los maffins de que le dieron sus amiguitas. Fue un pastel grande que estuvo adornando la mesa grande del comedor por un día entero y llenó la casa con un recijo en el que Agripina estuvo vibrando rejuvenecida y alegre.
Mayoi, la linda y cándida niña se había convertido ahora en una iracunda ardilla.
La ciudad palpita con su gente y sus jornadas. La zafra ha comenzado y el ingenio saluda al sol con su silbato de jornalero. Ya esos días de angustia han quedado atrás y gozamos de una paz de tregua.
Sé que esta calma es temporal. Esta familia, al parecer marcada con el herraje de la desgracia, navega sus mares en los filos de un despeñadero que solamente un milagro podrá salvar.

2 comentarios:

Coro dijo...

Martha, ya extrañaba tus crónicas de familia.
¡Bienvenida!

patreicepadovano dijo...

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