domingo, 27 de febrero de 2011

Cuchillito de palo

Bienvenidos a otro capítulo de la Familia Maldita

Los ojos de Agripina que, desde hace mucho están secos debido a la vejez, han estado llorando. Se enrojecen y duelen. Ya la cara de Agripina es un piñón con un par de ojos que sobresalen redondos bajo los pliegues caídos del párpado. Se refugia en el resposé frente a la televisión. Pero ahora no la tiene encendida porque necesita pensar. Trata de erguir una espalda sometida a unos huesos que la atormentan, y por más que trata de olvidarlo su memoria la traiciona y rompe a llorar. Se acuerda de ayer, cuando salió de la casa y se encontró con una nieta que simplemente la ignoró. Agripina caminó junto a Mireya, la empleada de la limpieza. Yo me mantuve atrás entreteniéndome con la llave en el cerrojo de la puerta. Mayoi, la amada nieta se acercó candorosa y feliz. Pero en lugar de abrazar a su abuela -como siempre lo había hecho de niña- escogió a Mireya, a quien el dio un buen abrazo y un beso en la mejilla.
Con la misma rapidez con que se acercó, Mayoi se alejó. Agripina no dijo nada hasta que, incapaz de retener sus emociones, estalló en llando dentro del carro, cuando ya recorríamos la ciudad y ella recibía el sol tras los cristales de la ventanilla.
No deja de asombrar que a tan tierna edad, sin ni siquiera cumplir los 20 años, Mayoi ya tenga puesta en práctica una de las estocadas más fatales en una lucha psicológica. En un mundo donde todos necesitamos de todos, cuando quieres herir a alguien simplemente hay que pretender que no existe. De quién lo aprendió, en qué momento una niña que prometía ser buena y feliz se convirtió en un pozo de rencores, y por qué herir a la abuela, una octagenaria para quien los abrazos de sus hijos son tan importantes como el oxígeno, un sustento del alma?

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