sábado, 17 de diciembre de 2011

De retache

En las tundras africanas los elefantes viajan kilómetros y kilómetros, bajo el inclemente sol del día y las acechanzas de la noche, para retornar al sitio en que quieren morir. Es algo instintivo. Se precisa el lugar idóneo para hacer esa transmutación. De igual forma me pasa a mí. Hoy he visitado el lugar donde estarán mis cenizas después de haber muerto. He regresado a mi lugar de origen y he pisado hoy la tierra blanda y pródiga que mis cenizas habrán de fertilizar. Nada mejor que esta tierra morena y fértil de Sinaloa, gruesa y cueruda, siempre lista para la fecundidad. Todo está arreglado. No hay nada suelto al azar. Estaré reuniéndome con mi madre y hermano en la terminal del norte, por la puerta que me anuncien desde un altavoz en el momento preciso, y yo habré de obedecer. Caminaré tranquila sabiendo que me esperan y que ya no estaré tan sola como hasta hoy. Me pondré sargazo en la frente y me meteré al mar, y así comenzaré otro de mis largos viajes, quizás el más misterioso, el más discutido pero irreversible viaje. Por eso cuando bajé del avión, en un vitral del aeropuerto me pregunté si me estaría viendo por última vez.

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