miércoles, 12 de noviembre de 2008

Las granadas y las guayabas

Las granadas y las guayabas eran parte de los frutos con que el patio de la casa se cubría cada verano. Mientras los árboles desprendían sus frutos, la abuelita Ana rezaba sobando con sus dedos las cuentas de su rosario y combinaba sus días con los guisos que aún ahora invaden de repente la cocina.
Poco sé de las granadas. Puedo observar, sin embargo, que su color es vibrante, y que la película con que sus semillas se cubren contiene un jugo muy dulce.
De la textura se desprende una sensación voluptuosa que proviene, quizás, del saber que el fruto está confeccionado para dar placer unicamente, pues carece de la pulpa que tienen otras frutas para saciar el hambre.
De las guayabas podría decir que éstas son el símbolo de la cocina de la abuelita. No hay fruta en el mundo que me remonte más a los sabores y los olores de mi niñez. La historia de esta familia está vinculada con las guayabas de una manera sutil, pero perpetua.
Se cree que es malo comerse las semillas, pero yo me las como todas, hasta hartarme y sentir que me he comido un recuerdo vago y dulce, un patio cubierto de lianas y enredaderas, un tejabán protector y risueño... cada vez que las como, inevitablemente, rejuvenezco un poco.

Un abrazo desde la mesa de manteles de encaje.




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