martes, 4 de enero de 2011

Los compinches



Esta mañana me asaltó el estallido de una voz gritona de un hombre en la calle. Fue mi cuñado Guillermo llamándole “perra”  a Carmen, su mujer, repetidas veces, a la puerta de su negocio, un spa que mi hermana ha querido posicionar como exclusivo para las élites adineradas y conservadoras de esta ciudad.
Mi primo Chapo, quien barre y riega la banqueta por las mañanas, vio como Carmen salía tras su marido, un hombre cuarentón y fornido. El iracundo hombre continuó insultándola, se subió a su vehículo y arrancó enloquecido a un velocidad suicida.
Son pocos los matrimonios que llevan una vida conyugal pacífica, y casi ninguno se puede escapar de los sobresaltos de la vida. Éste, sin embargo, es singular, pues se trata de una unión fortalecida unas veces en la vulnerabilidad de él y otras en la debilidad de ella. Hay parejas que mantienen su lazo (dudo que sea amoroso) en un cambalacheo de satisfactores, que están constantemente exigiéndose atención o dinero, o ambas cosas.
Muchas tratan de mantener sus diferencias en la intimidad. En este caso, la relación de Carmen y Guillermo ha trascendido las puertas de la alcoba.
Recordemos que Carmen, en alianza con el marido, pudo llevar el transcurso de un juicio legal contra los tíos Manuel y Ana Luisa. Fue una lucha en la que cupo de todo: insultos, campañas de desprestigio y amenazas.
Cuando Carmen sintió que necesitaba más fuerza llamó a su hermana Rosa Ana, le pidió que se sumara a la lucha. Pero la hermana, previendo que Carmen la ignoraría después, sólo aceptó con la condición tener la mitad de los beneficios de resultantes de un juicio ganado. Carmen aceptó. En menos de dos años ya había ganado la lucha. Los papeles saldrían a su nombre como única beneficiaria de las propiedades de la tía Nony ya difunta.
El verano del 2011 fue desastroso. Carmen empezó a acosar a su hermana con las mismas armas de siempre (campañas de desprestigio e insultos) apoyada por los bíceps de su marido. De tal manera que hermana (y sobrina) abandonaron el edificio que habían construído las dos como socias, en el terreno que un día la tía Nony les había concedido.
Carmen y Rosa Ana, llevaban 10 años trabajando juntas y cuando nacieron sus hijas: una Mayoi; la otra Roxana, decidieron llamarle Marrox a su nuevo spa en honor de las herederas. Nadie auguró ni era previsible entonces que Carmen, quien tenía el negocio a su nombre por cuestiones fiscales, desarrollara, poco a poco, aconsejada por vocecillas diabólicas,  un plan total y autoritario.
El spa ha sido un negocio impecable con ingresos extraordinarios, pero el dinero se ha ido por resumideros en cuentas por servicios legales y pagos por trámites burocráticos. Mi hermana Carmen, además, desarrolló un furor por las compras y los viajes en los años de abundancia, una práctica que ha querido continuar aún en tiempos de vacas flacas.
Cuando el negocio empezó a naufragar culpó a la socia de siempre: a su hermana. Y siendo la propietaria y teniendo motivos para sacarla, la sacó.
Ahora ella y su marido son quienes dirigen el negocio.
Hubo momentos en lo que pensé que por fin estaríamos en paz, ahora que Carmen y Guillermo tienen el panorama despejado, libre. Pero no es así. Lejos de pasar sus días en la cordialidad y la decencia de sus cuarenta y pico de años, se pelean como dos vulgares compinches, socios en el crimen, un par que después de haber asaltado a una familia completa acribillando a todos en la oscuridad de la noche, se encuentra solo y no tiene más opción que se revolcarse furioso en un lazo infernal de exterminio mutuo.           


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