domingo, 25 de diciembre de 2011

La primera Navidad sin Agripina

Un haz de luz se filtró por la ventana y alumbró por segundos una de las esquinas de la salita de estar. El sillón reclinable que había sido de mi abuela y después de mi madre ya no está. Tampoco la imparable televisión de 22 pulgadas. La consola se ve desnuda, con un reproductor de discos dividis y un rollo de plástico de empacar sobre su lomo. Fuera de esas ausencias todo se ve igual. Las paredes siguen revestidas con la misma galería. La foto del Papa Juan Pablo II en su marco y las vírgenes al óleo en sus retablos oscuros continúan propinándole un aire sacro a la estancia.
Este diciembre las ventiscas del norte han obligado a la gente a usar abrigos, guantes y gorros. Algo que no había pasado en cinco años. Sin embargo el sol de mediodía pega directo y calienta. Normalmente salgo de la casa a esa hora, pues los encerrones de día tienden a ponerme triste. Así que busco cualquier pretexto para salir y poner la mente en la actualidad. Pienso en la manufactura del café, o en las mareas que se han alejado hasta dejar las bahías convertidas en un estero con riachuelos y dunas negras. Pienso en la mano de obra y los trabajadores unidos en cooperativas, porque no quiero dejarme atrapar por el mismo sentimiento que me acongoja sin remedio, por el profundo vacío en que ha caído esta casa ahora que Agripina ya no está.

sábado, 17 de diciembre de 2011

De retache

En las tundras africanas los elefantes viajan kilómetros y kilómetros, bajo el inclemente sol del día y las acechanzas de la noche, para retornar al sitio en que quieren morir. Es algo instintivo. Se precisa el lugar idóneo para hacer esa transmutación. De igual forma me pasa a mí. Hoy he visitado el lugar donde estarán mis cenizas después de haber muerto. He regresado a mi lugar de origen y he pisado hoy la tierra blanda y pródiga que mis cenizas habrán de fertilizar. Nada mejor que esta tierra morena y fértil de Sinaloa, gruesa y cueruda, siempre lista para la fecundidad. Todo está arreglado. No hay nada suelto al azar. Estaré reuniéndome con mi madre y hermano en la terminal del norte, por la puerta que me anuncien desde un altavoz en el momento preciso, y yo habré de obedecer. Caminaré tranquila sabiendo que me esperan y que ya no estaré tan sola como hasta hoy. Me pondré sargazo en la frente y me meteré al mar, y así comenzaré otro de mis largos viajes, quizás el más misterioso, el más discutido pero irreversible viaje. Por eso cuando bajé del avión, en un vitral del aeropuerto me pregunté si me estaría viendo por última vez.

viernes, 22 de abril de 2011

Viernes Santo

Es viernes santo y Agripina ha estado siguiendo las programaciones del canal católico, WTN, desde temprano.
El día inició con una misa en la basílica de Roma y después la tecnología apabullante de la televisión moderna emitió las procesiones españolas caracrerizadas, casi todas, por una formal y ceremoniosa reverencia a sus santos y al sacro féretro donde yace el cristo crucificado.
Acompañando a las marchas religiosas los españoles de Cádiz y Córdoba hacían sonar sus instrumentos de viento. Bajo el sol de los reflectores el metal del oboe y la tuba relucía bajo las manos enguantadas de los músicos vestidos de gala y una cuadrilla de hombres llevaba en hombros al cristo yaciente con la imagen de la madre dolorosa junto a la cabeza.
Hombres vestidos con túnicas, cubiertos sus rostros con capuchas puntiagudas representaron a las cofradías de los siglos XVII y una mujer desde una ventana cantó a capela un clamor de gitanos desconsolados en una noche en que se recuerda que el Señor Jesus ha muerto.
Mientras aquí, Agripina y yo, esperamos comer un poco de capirotada, para seguir la costumbre. Pero como todavía no se aparece la vendedora, pues nos contentaremos con un marlin en salsa de tomate.

miércoles, 13 de abril de 2011

Chendy y Ray

Chendy vino hoy a tomarle la presión a Agripina. La parada en esta casa para ella forma parte de un repertorio de visitas que ella hace cada quince días, y a mí me ha tocado abrirle la puerta a esta mujer una y otra vez desde que he estado viviendo con mi madre.
La risa de Chendy trae frescura. Pero es una visita breve. Después de amarrar el brazo derecho de Agripina con ligas, acciona una bombilla y dice: "setenta noventa. Está normal", y vuelve a reir sin ante cualquier comentario sea éste gracioso o no. 
Los días de esta semana han venido con un viento polar tardío, pero el sol ya azota las calles de la ciudad anunciando un verano inclemente. Poco a poco la casa ha revivido. Mi sobrina Roxana, mi hermana Rosa Ana y mi madre se han convertido en la familia que vive en Juárez 608.
Hoy me he atrevido a pensar que hay una ventana abierta a un futuro de días felices, pese a las atroces groserías y desamores entre familia. Me he puesto a pensar con gran osadía en una en la tolerancia y en el perdón, pero el significado de estas palabras están lejanas todavía del inventario familiar.
La segunda visita amable ha sido mi primo Ray, con quien Agripina se ha puesto a recordar los árboles de granadas, higos y naranjitas en un patio que todavía existe vívido y claro en nuestra memoria deseosa ahora, a nuestra edad, de refugiarse en momentos amables.

lunes, 4 de abril de 2011

Morir de tristeza

El día y su noche está por conluir. Han sido 24 horas desastrosas. He estado viviendo en medio de sobresaltos y calamidades. Hoy Agripina se cayó y pasó toda la mañana gimiendo, queriendo morirse.
Desde mi habitación escuché sus quejidos y me apresuré a su habitación. Sabía que algo le había ocurrido. Cuando llegué la encontré tendida en el piso, llorando. Dijo que había tenido un desvanecimiento -Nunca me había pasado- añadió. Siguió llorando y después suspiró y dijo: Ya me voy a morir.
Cuando intenté levantarla del suelo simplemente no pude. Sus brazos se me escurrían entre las manos. Así que salí de la casa y le pedí a mi primo Chapo que viniera a ayudarme. Y entre los dos logramos ponerla de pie, pero Agripina continuaba desconsolada. Se me ocurrió que mi hermana Carmen podría mimarla y contentarla un poco. El golpe sufrido había sido leve, solamente un susto. Ningún hueso se había roto y la cabeza estaba ilesa, y Carmen estaba allí, en la banqueta. Mi madre se cayó, le dije.
Pensé que dejar a Agripina en manos de Carmen sería lo más apropiado después de un par de meses en los que la hermana Carmen se había estado comportando con suavidad y había estado dándole a su madre terapias contra el dolor de la artritis.
Pero no fue así.
Cuando Agripina regresó a su casa venía más desanimada y decaída que nunca. Había dejado de llorar, y su rostro mostraba ahora indignación y rabia.
Agripina sabe ahora -porque su hija se lo ha dicho- que la casa donde vive no es su casa, que la vivienda será hipotecada.
Le ha invadido un sentimiento de desamparo, de impotencia. Sabe que ya no tiene nada porque ya todo lo ha dado a sus hijas. Y se siente engañada, timada. Peor aún: recuerda el momento en que su nieta amadísima, Mayoi, le dijo: "para mí usted ya está muerta", y en esta hora de siniestros ha tomado la frase como una condena de muerte.
Ahora Agripina sabe que su siempreamada hija Carmen y su familia tienen planeado mudarse a esta casa después de su sepelio, y que su deceso, en vez de provocarles tristeza les hará suspirar con alivio y decir: Por fin, ahora esa casa es nuestra. Y se vendrán con sus muebles y sus triques a vivir en estos muros.
Todo eso sabe Agripina porque su hija se lo ha anunciado. Y ella, Agripina, madre amorosa y generosa, quiere acelerar ese evento y, al sentirse mal amada y vencida, se quiere morir. Se quiere morir de tristeza.