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domingo, 13 de marzo de 2011

Agripina ha dejado el casino

Agripina ha dejado de ir al casino. Es un acontecimiento notorio considerando que por los menos desde hace cuatro años ha frecuentado todos los casinos de la ciudad y probado un gran número de las máquinas de la suerte.
Los juegos de azar siempre han estado en la vena de esta familia.  Anita era una mujer importante dentro del club de jugadoras de lotería. Dos burros de madera y una larga pieza de triplay se convertían en mesa en el patio trasero de la casa donde las tardes laguidecían bajo los los higos y las guayabas prendidos de sus ramas y frondas.
Las horas pasaban en el continuo furor del juego. De un momento a otro una de las jugadoras soltaba un chillido cuando apuntaba las cuatro esquinas sobre las cartas, o llegaba a la cúspide del éxito mayor: "lotería!"
Las fichas eran piezas redondas de madera, del tamañaño de una moneda que se revolvían dentro de un morral de manta, y la mano de la suerte las iba sacando una a una: "la jícara, el sol, la chalupa, el borracho...". Entre un juego y otro las chanzas subidas de tono y las risas tomaban lugar se escuchaban en el interior de la casa e iban a dar también a oídos de los vecinos.
Esos años se han ido. Al parecer, la lotería quedó pasada de moda y ahora las maquinitas en los casinos han eloquecido a los jugadores de todas las edades, incluyendo a Agripina quien no ceja en poner su fe en un juego salvador.
Pero ahora ella ya no me pide que la lleve al Big Bola o al Caliente. Tampoco va al spa, ni llama a María para que le de masajes. Se ha concentrado en la misa de las diez de la mañana, en sus oraciones de las seis de la tarde, y se contenta con los parches medicados para contener el embate de la artritis.
Veo que ella envejece un poco más cada día, no tanto por la rueda del tiempo, sino por los sucesos en la familia. No hay cosa que envejezca más a un viejo que los dolores del desamor. Y de eso y la decepción les contaré más adelante, en el próximo capítulo de La familia maldita.

viernes, 31 de diciembre de 2010

La muchacha Agripina



El año concluye con un día brumoso y gris y me pregunto si el año pasado el mundo nos daba de lleno con la misma cara tiznada. No hay nostalgia, sin embargo, en los escaparates del centro de la ciudad, ni en las embestidas de los vehículos tras una luz en verde. Caminar sin rumbo es una buena manera de evitar la asfixia que se desploma de estos muros y cae sobre los hombros reventando en fatiga. Podríamos decir que nada es nuevo, pero al mismo tiempo y en contraparte, todo lo es, como el que el PRI y su dedo autoritario, ha perdido después de muchos años, la gubernatura de Sinaloa y ha sido el pueblo el que ha elegido a un Mario López; que Agripina, mi madre, hace esfuerzos renovados por seguir adelante en esa vida de mortificación y lamentaciones que ha sido la suya hasta un día después de casarse.
El calendario del 2010 estuvo sostenido por un broche imantado sobre uno de los costados del refrigerador. Lo imprimí usando unas fotografías viejas. Usé aquellas fotos que encontré desperdigadas en los cajones cuando la casa -tras la muerte de la tía Nony- fue sometida a una purga de objetos enviando a muchos de éstos al exterminio de la basura.
Un tanto tiempo después mi hermana Rosa Ana trajo sus muebles y se instaló haciendo que la casa luciera como un bodegón. Hubiera sido prácticamente imposible habitarla si no hubiéramos regalado parte de aquel queridísimo mobiliario perteneciente a los abuelos: las mecedoras de madera en las que la abuela Ana había arrullado a sus bebés, el refrigerador cuyo ruido mantenía a la tía Nony despierta, cuadros del canónigo Manuel ataviado con cofia y hábito; y veladoras pertenecientes a los altares de las vírgenes perpetuas.
En medio de esta vorágine de limpieza despiadada rescaté un puñado de fotografías de antaño y las imprimí adjudicando a cada una cada mes del año: los abuelos sentados a la mesa y Agripina detrás de ellos, de pie, juntando con sus dos manos la cabeza de sus padres en un gesto de niña traviesa; los primos reunidos en torno a un pastel de cumpleaños; la abuela Ana en la playa –quizás Agriabampo- sentada sobre un trono oscuro de piedras marinas.
Todas las fotos gritan la existencia de otros tiempos, pero la que alardea más es aquella en la que Agripina está metida en un vestido escotado y tiene sus hombros apenas cubiertos por una capa semejante a los que usaba la realeza imperial de la corte de Maximiliano de Austria. El evento marca la coronación escolar de la reina de un verano, o quizás de un invierno. Cuando pongo esa imagen frente a sus ojos, ella, a sus 80 años, se despabila y comenta con desgano, como si tuviera que contar la misma historia de una película vista muchas veces,  - Ah, sí, cuando nos coronaron- dejándome entender que ha olvidado los pormenores.
 Pese a que la foto ha sido maltratada por el tiempo, agrietados sus bordes y amarillento el color, se puede apreciar la belleza natural de Agripina y, sobre todo, su felicidad.
Hay otra escena en la que la muchacha Agripina está trapeando el pasillo de su casa. El suelo es de un cemento liso, abrillantado con un mechón pesado, mojado con petróleo. Del radio –que ella se ha empeñado en mantener cerca- salen las melodías de moda y ella baila mientras va y viene sosteniendo el cuerpo del trapeador en sus brazos, y en uno de esos giros canta alguna estrofa invocando deseos floreados y gorriones azules.
De esa muchacha ya no queda más que el recuerdo, un recuerdo avivado en charlas de sobremesa que hoy me he dispuesto a contar en este ensayo de arqueología familiar.

jueves, 22 de octubre de 2009

La caída de Agripina

Ayer, mi madre, empezó a perder la memoria. Desde la cama me miró y empezó a hablar de unas rejas verdes y de unos consejos, dos cosas incoherentes. Después se levantó deprimida y me preguntó: "dónde está la Nony", la tía muerta en el 2006.
Entre el comentario de las rejas verdes y la tía muerta hubo un lapso en el que lloré, pues me di cuenta que mi madre estaba en la vía de perder la conciencia, y eso era como verla partir a un sitio umbrío y enmarañado. Sentí que se había subido en el carro de la demencia y nos estaba diciendo adiós. Fue horrible.

Hoy se levantó tan deprimida como ayer y toda la mañana la he pasado asistiéndola. No he podido hacer otra cosa. He dejado mis pequeños proyectos pendientes. Hasta ver cómo mi madre reacciona.

He temido mucho la llegada de este momento porque no sé si estoy preparada para enfrentarlo, y no sé si mis hermanas tendrán la piedad suficiente para ayudarla en este trance. Espero que sí.
He tenido el presentimiento que empezaré a envejecer deveras cuando mi madre se muera. Quizás sea eso lo que le pasó a la tía Nony. Envejeció y enfermó cuando su madre murió, y es eso precisamente, de ese presagio de lo que he estado huyendo desde que he vivido en esta casa.
No sé si sea este el momento de aceptarlo: el dolor, ese dolor que Agripina tiene la facultad de contagiarme y del que yo he sido incapaz de superar. Sé que si ella se va, también yo me estaré yendo de cierta manera.

jueves, 8 de octubre de 2009

Efecto carambola

Y sí, es verdad que desde la sala le he gritado a Agripina, Bájale, cuando el volumen de la tele es tan alto que me pone los nervios de punta. Entonces ella le baja, pero se queda con muy mal sabor de boca. Es verdad que prácticamente la he corrido de la cocina cuando estoy preparando algo. Es verdad que le he dicho que no me asedie con la comida como lo ha hecho siempre, desde la infancia. A su edad mi postura le resulta hostil. No lo dudo. Y de todo ésto se ha quejado con Carmen, quien se aprovecha de las circunstancias para crear ventiscas. En esta ocasión le tomó poco tiempo el renovar la satanización con que otras veces me ha puesto en el paredón de fusilamiento: mira que mala es, y ella es quien está cuidadando a Agripina, dijo.
Una de las razones por las que Roxana me golpeó fue esa. En plena riña dijo: "Mi abuelita va a ver la televisión con el volumen que ella quiera".
Cómo supo Roxana de estos detalles? Agripina se lo dijo a Carmen y Carmen preparó a Roxanita de tal manera que la sobrina se puso el traje de Juana de Arco y se lanzó al ataque.
Previendo una de estas carambolas yo le había adevertido a Agripina que se quejara con quien quisiera; excepto con Carmen, precisamente para evitar las devastadoras riñas en que caemos. Pues nada: Agripina hizo precisamente lo que le pedí que no hiciera: se quejó con Carmen.
Así que Agripina también ha intervenido en todo ésto. Y en vez de mantenerse aparte y ser neutral toma partido (en favor de mi hermana) y formar parte activa en los sucesos.
Parace que todo este tipo de líos la estimula. Por si fueran poco los dramas de la vida real, a partir de las seis, se sienta frente a la tv y se deleita con las pasiones y crímenes de la pantalla. Dios, qué ganas de vivir la tragedia!

domingo, 26 de julio de 2009

Hoy, día de cochi

En esta tierra la gente llama cochi a los cerdos. Una costumbre -muy indígena- es la de matar un cerdo en un día festivo y hoy precisamente sería uno de esos días en que un cochi iría al matadero si acaso mi abuelo Rigoberto estuviera todavía vivo, ya que es se festejaría un cumpleaños más.
La abuela se preparaba comprando un cerdo joven, criándolo con paciencia y buenas porciones de comida que le tiraba al hocico hambriento del animal. En estas fechas tenía un motivo doble que celebrar. Hoy sería el de su marido Rigoberto, y mañana el anomásico de las Anas: Ella se llamaba Ana y una de sus hijas también se llama así.
Este día precisamente -comenta Agripina- nos comeríamos la sangre del cochi y mañana -agrega- nos comeríamos lo que realmente se considera importante para un gran banquete: las carnitas, los asientos y los tamales.
Pero esta mañana Agripina se siente nostálgica y comenta que ella solamente quiere estaren paz con el mundo y con la gente. Pensando en el gran día de mañana se acongoja, pues es de hermanos felicitarse y desearse lo mejor. Es de pensarse que en un día como mañana le llamaría a su hermana Ana para felicitarla, por lo menos... pero así como están las cosas...
Esperemos que hoy día de cochi Agripina mate todos los malos resabios de los pasados días guarde para mañana, como de costumbre, lo mejor.

lunes, 15 de junio de 2009

Los palos de Agripina

*Vendrás solamente cuando me haya muerto. Como los zopilotes: vendrás a ver qué fue lo que te tocó.

*Eres igual a tu padre.

*No quieres a nadie.

*Te quieres ir? Piénsalo, mis hijas tienen muchas necesidades.

*Tú odias a tus hermanas.

* En ninguna parte cabes.

*Te he dado todo, hasta la vida.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La cuna de Moisés



Hay plantas que nada más esperan ser compradas para morirse.
A esta Cuna de Moisés la llevamos de urgencia al vivero para revivirla.
Javier, el encargado, diganosticó que la agonía de la planta se debía a un exceso de agua.
Después pasó el huracán Norbert abundando la ciudad con chubascos, pero la planta ya estaba a salvo dentro de la casa.
Tratamos a esta planta con todo el cuidado que fuimos capaz.
Agripina está triste y tiene motivos para estarlo... muchos... tener unas hijas cuervas dentro de una familia maldita es una calamidad; que ellas en lugar de quererse se desprecien; que en vez de ayudarse combatan, afectadas por el síndorme de Caín y Abel... Es un desastre. Sin embargo, la agonía de esta planta, Dios, cómo puede morirse... precisamente ahora, cuando Agripina se ha refugiado, más que nunca en su librito de rezos, cuando el negocio familiar está tronando y la parentela está en disputa legal por las pertenencias de la tía muerta.
La Cuna de Moisés fue uno de sus regalos de cumpleaños de Agripina en septiembre pasado, y animó la casa con una alegría que hoy considero efímera.
Espero que la mente de Agripina se salve de las superticiones y los malos presagios.

martes, 21 de octubre de 2008

La tunda de años



Que los viejos sean sabios porque son viejos es un mito. La verdad es que la vejez puede acentuar la necedad, la debilidad de carácter y las marañas en la cabeza.

Después de analizar los agravios de la ancianidad concluyo que no hay mayor castigo para los mortales que entrar en ella.
No es verdad?

Un abrazo

domingo, 14 de septiembre de 2008

La tristeza de Agripina


*Imagen copiada de homosonare.blogspot.com



Leyendo su librito de rezos Agripina se acongoja al recordar que es el cumpleaños de Mayoi, su nieta, que ha querido felicitarla, pero que nadie contesta, “ni siquiera los celulares responden”, dijo.
Estoy enterada de las batallas que Agripina emprende contra su celular cada vez que quiere usarlo. Por eso intervine y marqué. Era cierto, ningún miembro de la familia estaba disponible y temí que los padres hubiesen prohibido a los hijos relacionarse con la abuela.
Ayer vi a los tíos Javier y Ana Luisa entrar aquí junto, a la casa del tío Manuel, quien está enfermo. A Agripina la han ignorado. A Agripina la ignoran la familia de Carmen y sus hermanos. Ella ha sido el blanco de esta guerra silenciosa, donde el perdón y la misericordia, dones de Dios, están apabullados por el peso de los resentimientos.
Agripina se refugia en su librito de rezos. La compasión que me inspira me empuja a las lágrimas porque sé que dentro de su alma, limitada por tontos escrúpulos y miedos, hay una entrega amorosa e inocente.
Ella cierra su librito de rezos se levanta de la silla junto a la mesa. El siguiente paso será echar por la borda esos pensamientos funestos que la han asaltado de momento y que ni siquiera el librito de rezos ha logrado exorcizar. Los tendrá que echar por la borda, se repitió, como lo hacen aquellos pescadores que regresan al mar las especies que no le sirven. Con paso vacilante pero determinado ha dicho: “Voy al casino”.
Se peinó y se pintó los labios. Ahorita Caliente le estará deshaciendo los témpanos de la congoja y el poco dinero que tenía para comprarse el cachito de lotería que había planeado comprar.

sábado, 7 de junio de 2008

La princesa Agripina



Elba sosteniendo el cetro; Agripina atrapando con la mano una corona que se desliza.



En la coronación de la Reina para concluir cursos en la secundria nocturna Juana de Arco, Agripina figuró como princesa, al lado de la soberana, Elba Pacheco.


Es junio de 1957. Agripina tenía en ese entonces 27 años. Cuenta que Arnulfo, el joven que la pretendía, se apareció con una flor fresca, tan fresca que aún después de dos hora de viaje en avión, conservaba la gota de agua con la que una florería de la Ciudad de México la había alimentado.


Esa noche los dos bailaron, él la vio preciosa y ella pensó que era todo un galán; él le pidió formalmente que fuera su novia, y ella aceptó. Ese fue el comienzo de una relación que terminó en matrimonio y una familia de cuatro hijos.